Edipo

Si soy fanática de los libros es por culpa de mi padre.

Desde mi infancia (o más bien desde que tengo noción de recuerdos) siempre lo veía entrar a casa con un libro bajo el brazo. Aún hoy, en su mesa de luz siempre tiene dos o tres, que va alternando según cuánto se canse de una u otra historia.

Tardaría años en definir qué tipo de literatura le gusta, porque en su biblioteca personal podés encontrar desde "Elige tu propia aventura" a libros de Alain Rouquiéu, pasando de Jorge Luis Borges a Tomás Eloy Martínez, o de libros de política a libros de fútbol (Fontanarrosa y Soriano están ahí), o de biografías autorizadas a las no tanto. Pero hay un tema en particular que él y yo compartimos: los orígenes de la historia argentina.

Entonces, cuando llega su cumpleaños o el día del padre uno ya tiene pensado que va a regalarle un libro. Y este año no fue excepción. Como 2 de Enero cayó domingo, no me quedó otra que conformarlo con una pastafrola de la mejor confitería de zona sur, Las Vegas, y para que las manos no parecieran tan vacías le grabé el recital que dio el Flaco Spinetta en Vélez.

Pero me había quedado el sabor amargo de no entregarle, ese día del año que es único, algo más especial. Entonces, el mismísimo lunes siguiente agarré la calle Corrientes para buscar ese libro que le dejara una nueva enseñanza, un nuevo recuerdo, un algo más de qué hablar conmigo durante 2011.

Y entre tantas mesas recorridas encontré el ideal: Nostalgias de Malvinas.
"Es este", dije. Y sin dudar ni dos segundos me lo llevé.

Por la tarde fui a su casa. No esperaba encontrarlo, quería dejarle en la mesa de luz el paquete con una pequeña tarjeta y que él lo viera antes de irse a dormir. Pero, para mi sorpresa, mi padre ese día no fue a natación, por ende, fue quien me abrió las puertas.

"¿Qué hacés acá?", pregunté.
"Acá vivo hija", me dijo riendo.
"Bueno, mejor que estés, así tomamos mate", agregué, mientras pensaba cómo entregarle el regalo.

Puso la pava, me ofreció torta.

"Bueno pá, yo venía porque te quería dar esto... es una pavada y tal vez no te guste, pero creo que es un tema que te gusta tanto y que varias veces hemos charlado y que cuando fuimos a la feria del libro vimos en un stand las historias...".

Con su mano me hizo un gesto de "pará... no hablés más", y comenzó a reir.

"¿Qué pasó? No te gusta... ¡Ufa! ¿Acaso me vas a decir que ahora no le pego a tus gustos? ¿Acaso cambiaste desde que me mudé y no me avisaste?", pregunté indignadísima, olvidándome que tengo casi treinta, puchereando como nena de diez.

Continuó riéndose y yo seguía enojándome conmigo misma por errarle a algo que jamás podría errarle. ¿Cómo no iba a conocer yo los gustos de mi papá?

"Me encanta", dijo. Y luego agregó: "Pero ya lo tengo".

Y en ese mismo instante la felicidad se apoderó de mí. No me importó que tengamos ahora dos libros iguales. No me importó si puedo o no cambiarlo. No me importó nada. Solo sonreí, mostrando todos los dientes. No le había errado.

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